Los primeros habitantes de la isla de Gran Bretaña eran cazadores paleolíticos, que seguían manadas de animales salvajes. Luego de la era glacial, algunos agricultores comenzaron a asentarse en la isla. Durante milenios, estos pueblos y muchos otros que habían emigrado del continente, desarrollaron complejos sistemas sociales.
En el año 44 d.C. los romanos invadieron el sur de la región. En el año 90 d.C. crearon la provincia de Britania y entre el 70 y el 100 fundaron Londres. A comienzos del siglo V, los romanos abandonaron la isla. Poco después, invasores anglos, sajones y jutos, de origen germánico, empujaron a los celtas hacia la costa oeste y se apoderaron del sur, donde establecieron reinos anglosajones.
Durante el siglo V, los habitantes de Irlanda y Gales adoptaron el cristianismo. En el siglo VII, el poder de Roma se impuso sobre la iglesia británica.
En los siglos VII y IX, los daneses invadieron la región oriental de Inglaterra. En el siglo XI, los normandos, liderados por Guillermo el Conquistador, invadieron la isla e impusieron su hegemonía. Los sucesivos reyes anglonormandos mantuvieron el poder mediante formas de vasallaje sobre los señores feudales. Bajo el reinado de Juan Sin Tierra (1199-1216), estos barones aliados con el clero lograron restringir el poder de la monarquía en la Carta Magna firmada en 1215.
La Carta Magna sentó las bases del sistema parlamentario británico. A partir de entonces se libró una lucha permanente por el poder entre la monarquía y la nobleza, a la cual se unió posteriormente la burguesía. El parlamento representaba los intereses de estas clases y se llegó finalmente a la consolidación de una monarquía parlamentaria. Los galeses quedaron bajo dominio inglés en 1382.
Los frecuentes conflictos dinásticos, las aspiraciones de la corona británica al trono francés, la rivalidad comercial de estas dos naciones y el apoyo prestado por Francia a Escocia en sus guerras con Inglaterra, provocaron la Guerra de los Cien Años (1337-1453), que culminó con la derrota británica y la pérdida de sus posesiones en el continente.
Los fracasos militares aumentaron el desprestigio de la corona, que tuvo que enfrentar el movimiento antipapal de los seguidores de Wycliffe (antecesor de Lutero) y una rebelión campesina. Los campesinos, comandados por Wat Tyler se rebelaron contra el pago de tributos y el poder de los señores feudales. En 1381, Tyler y su tropa lograron entrar en Londres y negociar directamente con el rey Ricardo II. Sin embargo, la rebelión campesina no tuvo éxito, y Tyler fue ejecutado.
En la etapa posterior a la Guerra de los Cien Años, la disputa dinástica entre los Lancaster y los York desencadenó la Guerra de las Dos Rosas, que culminó con el ascenso al poder de los Tudor en 1485. El período de los Tudor es considerado el comienzo del moderno Estado británico. Uno de los Tudor, Enrique VIII (1509-47) rompió con Roma y fundó la Iglesia Anglicana. El deseo de extender la autoridad inglesa y la reforma religiosa a Irlanda hicieron que la hija de Enrique, Isabel I, impusiera su dominio en el Ulster. La invasión de Irlanda por parte de los Tudor dio origen a siglos de conflicto político y religioso.
Bajo el reinado de Isabel I florecieron la poesía y el teatro. Fue el tiempo de Ben Jonson, Marlowe y William Shakespeare. Se desarrollaron la industria y el comercio, y dio inició la aventura colonial, embrión del futuro Imperio. Luego de vencer a la armada española –llamada Armada Invencible–, la marina británica se convirtió en la «dueña de los mares», sin que hubiese flota capaz de oponérsele.
Los barcos mercantes ingleses, los que se usaban para el tráfico de esclavos, los piratas y corsarios, o los buques con nuevos colonos, surcaron libremente los océanos. Los mercados se multiplicaron, la demanda creció rápidamente y los productores se vieron obligados a emplear nuevas técnicas para acelerar su producción. Fue el prólogo de la Revolución Industrial que se desarrolló en el país a partir del siglo XVIII.
En 1603, la corona de Jacobo I (Jacobo VI de Escocia) puso fin a la independencia de la monarquía escocesa. La intolerancia religiosa del hijo de Carlos I, hijo de Jacobo, causó una rebelión en Escocia y creciente descontento en Inglaterra. La situación llevó a los ingleses a la guerra civil, que estalló en 1642. El deterioro de la situación política llevó al partido puritano a armar su propio ejército apoyado por el Parlamento y dirigido por Oliver Cromwell, que venció a las fuerzas reales en 1646 y otra vez en 1648.
En 1649, el Parlamento ejecutó al rey y proclamó a Cromwell «Lord Protector», estableciendo la república del Commonwealth. Ideas radicales sobre la igualdad entraron en el movimiento parlamentario, notablemente entre los Levellers (niveladores), que abogaron por una democracia política y la abolición del sistema de clases inglés. Sus ideas fueron omitidas y los líderes cayeron en manos de Cromwell que los encerró en la Torre de Londres. Tras la muerte de Cromwell, en 1658, la monarquía fue reestablecida con Carlos II.
Las prioridades del nuevo régimen eran impulsar la colonización de Norteamérica y el comercio con América, Extremo Oriente y el Mediterráneo. La trata de esclavos –secuestro, tráfico y venta de africanos a América y otros lugares– iniciada en el siglo XVI, se convirtió en una de las principales fuentes de ingreso del imperio.
La política absolutista de Jacobo II (sucesor de Carlos II) y su profesión de fe católica chocaron con el Parlamento protestante y provocaron la Revolución Gloriosa. El rey huyó a Francia y los protestantes invitaron al holandés Guillermo de Orange a asumir el trono. En 1689, Guillermo III juró sobre la Declaración de Derechos, que limitó los poderes reales y aseguró la supremacía del Parlamento.
John Locke sintetizó el ideal revolucionario sosteniendo que el ser humano tiene derechos naturales básicos: a la propiedad, a la vida, a la libertad y a la seguridad personal. El gobierno, creado por la sociedad para proteger esos derechos, debe cumplir con su misión; si no lo hace, el pueblo tiene derecho a resistir su autoridad.
En 1707 se unificaron los parlamentos de Escocia e Inglaterra y se creó el Reino Unido de Gran Bretaña. El país intervino en la guerra de sucesión de España y, por el Tratado de Utrecht (1713), obtuvo Menorca, Gibraltar y Nueva Escocia. El creciente peso de los impuestos, como se expresó por ejemplo en la Ley del Timbre (1765), provocó un levantamiento en las colonias americanas que culminó con la independencia de Estados Unidos en 1776.
En este período los terratenientes unieron sus intereses a las clases mercantiles y se consolidaron los dos grandes partidos: el conservador (Tory) y el liberal (Whig). Las bases del liberalismo económico fueron desarrolladas en esos años por Adam Smith. La política imperial se sirvió de esta doctrina para abrir, incluso por la fuerza, los puertos y mercados de África, América y Asia, como en la Guerra del Opio contra China a mediados del siglo XIX.
En 1801, después de sofocar la sublevación nacionalista irlandesa de 1798, se creó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, con la disolución del Parlamento irlandés (ver Irlanda).
En el siglo XVIII se desarrolló la revolución agrícola, que supuso importantes innovaciones en las técnicas de trabajo, así como cambios trascendentes en el régimen de tenencia de la tierra: los grandes señores cercaron sus propiedades, eliminando los campos comunales, que beneficiaban a los pequeños agricultores. Se formalizó así un sistema de características capitalistas y el fin de la agricultura ambientalmente sustentable y las comunidades agrarias.
Paralelamente, la Revolución Industrial comenzó en la industria textil, la primera en enfrentar el problema planteado por la demanda cada vez mayor de telas desde ultramar. La introducción de la máquina cambió los métodos de trabajo, el taller fue sustituido por la fábrica. A la textil siguieron las industrias minera y metalúrgica. Con la invención de la máquina de vapor, el uso del carbón como combustible y la sustitución de la madera por el hierro primero y el acero después, la mecanización se generalizó.
El crecimiento demográfico –10.900.000 hab. en 1801 y 21.000.000 en 1850–, el aumento de la demanda, el mejoramiento de los transportes, la acumulación de capitales, la expansión del comercio, la creación de un vasto imperio colonial, los adelantos científicos y el apogeo de la burguesía, fueron las características principales de la época. El Reino Unido se convirtió en el primer país manufacturero del mundo, usando todos los medios, como, por ejemplo, las leyes que destruyeron la industria textil de la India, para beneficiar a los fabricantes ingleses.
El Reino Unido obtuvo nuevos territorios de sus guerras con Francia, particularmente de su triunfo sobre Napoleón en Waterloo (1815).
En el marco de la Revolución Industrial, los bajos salarios, las condiciones insalubres de trabajo, las deficiencias de las viviendas en las ciudades, el déficit alimentario, la inseguridad laboral y la utilización de mujeres y niños en extensas y agotadoras jornadas, generaron un gran descontento. Las acciones populares adquirieron, en muchos casos, carácter violento y fueron también violentamente reprimidas.
En una primera etapa se dieron acciones espontáneas como las de un grupo de artesanos llamado ludditas, que destruían máquinas industriales. Con posterioridad surgieron los sindicatos (trade unions).
En 1819, tras la represión violenta de una manifestación popular en Manchester (la masacre de Peterloo), se aprobó una legislación que limitó el derecho de reunión y la libertad de prensa. No obstante, hubo nuevas movilizaciones, tanto de los nacionalistas irlandeses, liderados por Daniel O'Conell, como en rechazo a las leyes del trigo, que fijaban aranceles prohibitivos para la importación del cereal.
El cartismo fue el movimiento de masas más importante, compuesto mayoritariamente por obreros. Tomó su nombre de la Carta del Pueblo, publicada en 1838, en una asamblea reunida en Glasgow, Escocia. El movimiento planteó una mezcla de reivindicaciones políticas –sufragio universal, voto secreto, reforma de las circunscripciones electorales– y sociales: mejores salarios y mejores condiciones de trabajo. Luego de grandes manifestaciones y huelgas el cartismo languideció; pero a su influjo algunos diputados alentaron buena parte de sus reivindicaciones a nivel parlamentario.
Robert Owen (1771-1858), considerado el fundador del socialismo y del cooperativismo inglés, se dedicó, desde 1830 a promover el cooperativismo y la organización sindical del movimiento obrero.
En el largo reinado de la reina Victoria (1837-1901), la nobleza estrechó su alianza con la burguesía industrial y mercantil y surgieron los primeros movimientos socialistas. Los sindicatos obtuvieron su legalización en 1871. Poco después se aprobaron nuevas leyes laborales.
A partir de 1873 la superpoblación determinó una escasez de alimentos que obligó a recurrir a la importación. Al mismo tiempo, la industria empezó a sentir la competencia de Estados Unidos y Alemania. Gran Bretaña incrementó su expansión en África, Asia y Oceanía, no sólo por intereses económicos sino también por la ambición política de construir un gran imperio. Fue ejemplar en este sentido la Guerra de los Boers (1899-1902) por el control de Sudáfrica, la más costosa guerra local del siglo XIX.
El primer cuarto del siglo XX asistió al desarrollo del movimiento de emancipación de la mujer. La prédica sufragista –que alcanzó ribetes de leyenda con algunos hechos como el de 1913, cuando Emile Davison se arrojó delante del caballo del rey– culminó en 1917, cuando las mujeres obtuvieron el derecho al voto.
Discriminados por ser católicos, sin sus tierras y sin autonomía política, los irlandeses siempre manifestaron su descontento. En 1867 se eliminaron los privilegios de la Iglesia Anglicana y se alivió en parte la situación de los campesinos. En 1916, los británicos reprimieron duramente la insurrección de Pascua, en Dublín, pero las fuerzas reales no lograron vencer en la guerra de liberación iniciada en 1918. Al final, el Reino Unido accedió a la independencia de Irlanda, en 1921. Seis condados de la región nororiental, de mayoría protestante, continuaron bajo dominio británico, con gobierno en Belfast.
La rivalidad entre las potencias industriales europeas por la expansión económica y política condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Por un lado se alinearon los países centrales: Austria-Hungría y Alemania, posteriormente Turquía y Bulgaria y, por otro, los estados aliados: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Serbia y Bélgica y, en el curso de la guerra, Italia, Japón, Portugal, Rumania, Estados Unidos y Grecia.
Pese a la victoria, Inglaterra salió debilitada de la guerra. Invirtió 40.000 millones de dólares en gastos militares, movilizó 7.500.000 soldados, sufrió 1.200.000 bajas y adquirió una enorme deuda externa. La posterior depresión económica reavivó las protestas obreras, cuya máxima expresión fue la huelga general de 1926. El gobierno conservador declaró ilegal la huelga, pero no tomó medidas para revitalizar la industria. En las elecciones de 1929, triunfaron los laboristas.
Como corolario a la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido apoyó la propuesta de crear la Sociedad de Naciones. En 1931, la creación de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth), por el Estatuto de Westminster, supuso el reconocimiento de la independencia de Canadá, Australia, Nueva Zelandia y Sudáfrica.
El 3 de setiembre de 1939, dos días después del ataque alemán a Polonia, Inglaterra declaró la guerra a Alemania, iniciando su participación en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En mayo de 1940 se formó un gabinete de coalición presidido por Winston Churchill. De 1939 a 1941 los grandes beligerantes fueron Gran Bretaña y Francia por un lado y, por el otro, Alemania e Italia, esta última desde 1940. Como aliados menores del nazismo participaron Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia.
En 1941, la Unión Soviética, Japón y Estados Unidos ingresaron en la contienda. El 8 de mayo de 1945 Alemania firmó su rendición. Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética fueron los grandes vencedores. No obstante, la guerra evidenció la declinación del Imperio Británico y consagró la supremacía de Estados Unidos en los campos económico, financiero, tecnológico y militar.
En mayo de 1945, el gobierno laborista de Clement Attlee, que había ganado las elecciones parlamentarias bajo el lema «Hemos ganado la guerra, ahora ganemos la paz», estatizó las minas de carbón, el Banco de Inglaterra y las industrias de hierro y acero. A principios de la década siguiente el gobierno conservador revertiría esta medida. También estableció el Servicio Nacional de Salud, que ofrecía atención médica gratuita a todo el que la necesitara.
En 1947, India y Pakistán conquistaron la independencia, aunque permanecieron dentro del Commonwealth. En el decenio siguiente la mayoría de las colonias de ultramar siguió el mismo camino. El Reino Unido fue miembro fundador de la OTAN en 1949.
La expedición franco-británica contra la nacionalización del Canal de Suez, en 1956, reveló una actitud colonialista y levantó críticas tanto internas como externas (ver Egipto). Fracasó debido a la falta de apoyo de Estados Unidos. Un año después el Reino Unido hizo estallar su primera bomba de hidrógeno en el océano Pacífico.
En 1964, luego de 13 años de gobierno conservador, ganó las elecciones el laborismo dirigido por Harold Wilson. Su gobierno enfrentó graves problemas, como la independencia de Rhodesia del Sur (hoy Zimbabwe) y la ruptura de relaciones con nueve países africanos.
En 1967, ante el fracaso de la solicitud de ingreso al Mercado Común Europeo, los problemas económicos y el crecimiento alarmante de la desocupación, el gobierno británico retiró sus tropas de Yemen del Sur; evacuó todas sus bases situadas al este de Suez, excepto Hong Kong; anuló las compras de armas a Estados Unidos y adoptó un presupuesto de austeridad.
En 1969, el conflicto latente en Irlanda del Norte se intensificó, produciéndose choques entre católicos y protestantes que dejaron varios muertos y heridos. La minoría católica exigía igualdad de derechos políticos, el saneamiento de sus barrios, escuelas y seguros sociales. La respuesta del gobierno norirlandés, hasta entonces autónomo, fue el envío de la policía armada para enfrentar a los manifestantes. Londres asumió el control directo de Ulster y envió tropas para separar a ambas partes.
En agosto de 1971, el primer ministro norirlandés Brian Faulkner restableció los campos de internamiento preventivo y las redadas de sospechosos. Los motines de protesta contra la medida terminaron con más de 25 muertos. El 30 de enero de 1972, en la ciudad de Derry –su nombre oficial es Londonderry– durante una manifestación pacífica de católicos contra las medidas represivas, las tropas británicas abrieron fuego causando 13 muertos y cientos de heridos. El Ejército Republicano Irlandés (IRA) respondió con numerosos asesinatos.
En un referendum celebrado en enero de 1973, la mayoría de los británicos votaron a favor del ingreso a la Comunidad Económica Europea (CEE). En marzo, los ciudadanos de Irlanda del Norte votaron en un referéndum en favor de permanecer dentro del Reino Unido en lugar de sumarse a Irlanda. El índice de abstención fue de 41.4%.
En la década de 1970, se agudizaron los conflictos sociales y el gobierno conservador de Edward Heath (1970-74) enfrentó huelgas en empresas estatales clave (puertos, minas de carbón y el sistema ferroviario), que desembocaron en la victoria del Partido Laborista en dos elecciones en 1974.
En consultas públicas organizadas en 1979 en Escocia y Gales por el gobierno laborista de James Callaghan, los votantes rechazaron la autonomía.
En mayo de 1979, después del llamado «invierno del descontento» con numerosas huelgas, ganó las elecciones el Partido Conservador, con Margaret Thatcher al frente. La nueva gobernante aplicó duras medidas para bajar la inflación, planes para reducir el papel del Estado en la economía y una política de corte monetarista.
En abril de 1982, Thatcher envió una fuerza de la Marina Real, con un portaaviones y submarinos nucleares, al archipiélago de las Malvinas –nombre oficial en Gran Bretaña: islas Falkland–, para combatir contra las tropas de la Junta Militar de Argentina, que ocuparon Puerto Stanley invocando sus derechos de soberanía. Tras 45 días de guerra, la armada británica recuperó las islas (Ver Argentina).
En octubre de 1983 Gran Bretaña retiró sus tropas de Belice. El año siguiente, en virtud de un tratado que databa de la Primera Guerra del Opio, aprobó la cesión de soberanía de Hong Kong a la República Popular China, que se efectivizó en junio de 1997.
Durante el gobierno de Thatcher el sindicalismo sufrió un fuerte desgaste, bloqueado por leyes cada vez más restrictivas y la pérdida de afiliados en las industrias tradicionales, en decadencia. En este contexto fue importante la huelga minera de 1984/85 que culminó, después de un año de duros enfrentamientos internos y con la policía, con una derrota del sindicato.
En 1987, Thatcher fue elegida primera ministra por tercera vez consecutiva. Los lineamientos de su política no variaron: en lo económico y social, liberalización radical de la economía, privatización de las empresas estatales, reforma fiscal e intransigencia ante los sindicatos. En materia de política exterior, actitud «dura» ante la Comunidad Europea y alineamiento con Washington.
En febrero de 1990 el Reino Unido y Argentina reanudaron relaciones diplomáticas y sus representantes se reunieron en Madrid para negociar sobre el futuro de las Malvinas.
En noviembre de ese año Thatcher renunció a la jefatura del Partido Conservador y fue reemplazada a la cabeza del gobierno y de los «Tories» por su ex ministro John Major. Al asumir, Major se declaró partidario de un capitalismo con rostro humano, al que diferenció del llamado capitalismo popular de la «Dama de Hierro».
En su política europea, el primer ministro tomó distancia de su predecesora y Londres adhirió, en 1991, a los acuerdos europeos sobre unión monetaria. Sin embargo, la fidelidad de la diplomacia británica a Estados Unidos permaneció inalterable, como quedó en evidencia con la participación del Reino Unido junto a EE.UU. en la Guerra del Golfo contra Irak.
A partir de 1993 los conservadores empezaron a sufrir una serie de reveses electorales en comicios parciales o locales, en un contexto de recesión económica y alto desempleo que afectaba a unos tres millones de personas. El 15 de diciembre Londres firmó una declaración conjunta con Dublín respecto a la situación en Irlanda del Norte, que abrió la puerta a las conversaciones de paz (véase Irlanda). Una serie de escándalos, como el financiamiento ilegal de una represa en Malasia, deterioró aún más la imagen de los «Tories» (conservadores) en 1994. Al mismo tiempo, el Parlamento redujo la edad mínima legal para tener relaciones homosexuales de 21 a 18 años, negándose a equipararlo con la exigida para las relaciones heterosexuales, que era de 16 años.
Sucesivas victorias parciales de los laboristas en 1996 anunciaron la victoria nacional en los comicios de mayo de 1997, que vieron a Tony Blair asumir como primer ministro. La impactante derrota de los tories, que sólo obtuvieron 30% de los votos frente a 43,1% de los laboristas (diferencia sin precedentes en ese siglo), forzó cambios en la jefatura del partido.
Dos plebiscitos en Gales y Escocia en 1997 convalidaron el otorgamiento de mayor autonomía a las regiones. A comienzos de 1998, las negociaciones sobre el Ulster permitieron acordar una nueva fórmula de paz. Plebiscitado en mayo, el acuerdo fue aprobado por más del 70% en Irlanda del Norte. Ese mismo mes, los londinenses aprobaron una reforma para elegir directamente un nuevo puesto: el alcalde de la ciudad.
En virtud de los acuerdos (Good Friday), Irlanda del Norte poseería una asamblea legislativa electa directamente, al igual que Gales y Escocia. En forma simultánea, un plebiscito realizado en Irlanda puso fin a su reclamación territorial por el Norte. La nominación de los diputados norirlandeses David Trimble (del Partido Unionista del Ulster) y John Hume (Partido Social Demócrata y Laborista, simpatizante de los nacionalistas) para el premio Nobel de la Paz en octubre de 1998 contribuyó a crear un sentimiento de causa común entre las comunidades protestante y católica.
Durante 1999 los partidos unionistas y nacionalistas norirlandeses fueron comprometiéndose en tareas de gobierno conjuntas, que culminaron con la instalación del ejecutivo en diciembre de ese año. La soberanía, que había sido «devuelta» a la provincia en diciembre, volvió a manos de Londres.
En junio de 2001 el partido de Blair obtuvo una masiva victoria (la segunda) en las elecciones generales, llevando al recambio de líderes en el Partido Conservador.
En octubre de 2001, para combatir un brote de fiebre aftosa, 3.915.000 cabezas de ganado fueron sacrificadas. Esta epidemia se sumó a la enfermedad de la «vaca loca» (Encefalopatía Espongiforme Bovina), que había alcanzado su pico más alto en el año 1996 y obligado a las autoridades sanitarias a una matanza de 4 millones y medio de animales. La enfermedad de Creutzfeld Jakobs, variante humana de la «vaca loca», había matado a 77 personas hasta esa fecha.
Tras los ataques sobre Washington y Nueva York en setiembre de 2001, Gran Bretaña apoyó decididamente la «guerra contra el terror» lanzada por Estados Unidos. Blair se convirtió en punta de lanza de la ofensiva que los norteamericanos lanzaron contra Afganistán, apelando por primera vez a la aplicación del Artículo 5 de la cláusula de defensa mutua de los miembros de la OTAN. Asimismo, en marzo de 2002, Blair declaró junto al vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, que Irak era una amenaza para la estabilidad mundial, lo que abría la posibilidad de que Gran Bretaña apoyara a Washington en ataques contra Irak.
En enero de 2003 Blair dijo que un ataque terrorista en territorio inglés era «inevitable» y aseguró tener evidencias que vincularían a Saddam Hussein y a la red al Qaeda. A pesar de la renuencia de Francia y Alemania a acompañar a Washington en la guerra contra Irak, y de que según las encuestas la mayoría del pueblo inglés se manifestaba opuesto a la idea de la guerra, Blair decidió secundar a Bush, provocando severas críticas incluso dentro de su partido. Las demostraciones anti-bélicas, realizadas el 16 de febrero de 2003 en Londres fueron las más importantes en la historia británica: por lo menos un millón de personas participaron de ellas.
Estados Unidos, el Reino Unido y las fuerzas de la coalición invadieron Irak en marzo de 2003, a pesar de la tenaz oposición internacional a la guerra. Ambas naciones fueron los únicos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU en favor de la invasión.
La controversia sobre los argumentos esgrimidos por Blair para apoyar la invasión a Irak se reavivó en julio de 2003 con el suicidio de David Kelly, un científico y asesor del ministerio de Defensa. Kelly había sido señalado como fuente principal de una investigación periodística que acusaba al gobierno británico de distorsionar los informes de inteligencia para exagerar la amenaza representada por Bagdad. La muerte del científico, sumada a la imposibilidad de hallar en Irak las armas de destrucción masiva que Londres y Washington acusaban a Saddam Hussein de poseer, provocaron una caída en la popularidad de Blair, pese a que una investigación oficial concluyó que no hubo manipulación de la información de inteligencia por parte del gobierno.
En julio de 2004, Lord Butler de Brockwell afirmó, en lo que se conoció como «informe Butler», que Londres basó su participación en la guerra de Irak en una inteligencia «limitada» y que adolecía de «problemas reales» de calidad.
Tras la publicación del informe, Blair compareció ante la Cámara de los Comunes, donde aceptó «la responsabilidad» por los errores, y consideró que el informe de Butler dejó claro que «nadie mintió» en su Gobierno acerca de la información de los servicios de inteligencia. No obstante, Michael Howard (líder de la oposición conservadora) emplazó a Blair a cuestionarse si creía que le quedaba alguna credibilidad como responsable del gobierno británico.
Los laboristas accedieron a un tercer período de gobierno en las elecciones de mayo de 2005 pese a que recibieron apenas el 36% del voto popular, la votación más baja de la historia para un gobierno británico. Según analistas, el mal resultado se debió a la pérdida de popularidad de Blair y la impopularidad de la guerra en Irak.
A fines de 2005 las parejas homosexuales pasaron a gozar de los mismos derechos que los matrimonios heterosexuales según una nueva ley que las consideraba como asociaciones civiles con igual estatus que éstos.
Blair sufrió en noviembre la primera derrota parlamentaria desde su llegada al poder en 1997, al ser rechazada una nueva propuesta sobre seguridad y el primer ministro anunció que no se postularía en las siguientes elecciones, previstas para 2010.
Tras el revés comenzaron las presiones para que Blair renunciara. A las primeras declaraciones de los conservadores, se sumaron algunos laboristas que no habían apoyado la propuesta pese a las gestiones del ministro de Hacienda –y supuesto sucesor de Blair– Gordon Brown.
En setiembre de 2006, luego de un viaje a Líbano –que, por inútil e inoportuno, solo sirvió para empeorar la imagen de Blair tanto en el exterior como en su propio país–, la ministra de Exclusión Social, Hillary Armtrong, declaró que el primer ministro se iría en 2007, cuando tuviera lugar la conferencia del Partido Laborista. Un grupo de 48 parlamentarios laboristas, mientras tanto, firmaron un documento en que declaraban su conformidad con que el premier renunciara en el plazo de un año.
Tras la largamente anunciada renuncia de Blair, en junio de 2007 asumió como primer ministro Gordon Brown. En su discurso estableció que encabezaría «un gobierno con nuevas prioridades», una declaración que resumía, para los analistas británicos, la intención de cambiar el rumbo, sobre todo en política exterior.