Mucho antes de que los fenicios en el 1.200 a.C. incursionaran por el territorio actual de Marruecos, los bereberes lo habitaban. Se los cree euroasiáticos, aunque sus orígenes son inciertos. Bereberes, nombre genérico impuesto por los árabes en el siglo VIII d.C., quiere decir «aquellos que no son árabes». Las tres principales tribus, que a lo largo de los siglos habrían de constituir dinastías, son: los sanja, los masmoda y los zenata.
Los sanja, nómades y guerreros, dieron origen a la Dinastía Almorávide, fundadora de Marrakech; los masmoda, pueblo pacífico y agricultor, habitaban al norte y oeste de la cordillera de Atlas, y de ellos proviene la Dinastía Almohade; los zenata, grandes jinetes y nómadas, dominaron el territorio entre Tafilalet y la actual Argelia, y fundaron la Dinastía Merinide.
A partir de que los fenicios, provenientes del Mediterráneo, avistaran las tierras norafricanas en el siglo XII a.C, fueron estableciendo, gradualmente, puestos comerciales a lo largo de la costa oriental. Vestigios de su ocupación –como saladeros de pescado, a los que se les han superpuesto ruinas romanas– se encuentran en Tánger, Mellilla, Chella, Rahat y Tamuda. Probablemente el primero de ellos puede encontrase en Liks.
Los fenicios, pueblo marítimo y comerciante, de escasa voluntad conquistadora, se centraron en Cartago (fundada en el siglo VIII, en el actual territorio de Túnez). Una vez convertida en reino próspero, algunos cartagineses se mudaron a la costa marroquí estableciendo poblaciones prósperas, renombradas por el garum, una pasta de anchoa que se convirtió en gran producto de exportación.
La influencia cartaginesa fue grande sobre los bereberes. Finalizada la Segunda Guerra Púnica, con Cartago convertida en provincia africana de Roma, miles de cartagineses huyeron procurando refugiarse de los romanos en los amistosos enclaves de la costa. Una vez tomada Cartago, los romanos se lanzaron sobre los reinos bereberes de Mauritania y Numidia (hoy Argelia),
En ciudades como Volubilis, Sala Colonia o Tingis se desarrolló una cultura mixta, de origen mauritano, parcialmente romanizada, e incluso cristianizada. Los Vándalos y Godos pasaron a través de la región, en ruta a Cartago, sin dejar huellas.
Con el arribo de los árabes, liderados por Oqba Ben Nafi, jefe de la Dinastía Omeya de Damasco, en el 683 el Islam llegó al actual territorio marroquí. Ben Nafi fundó la ciudad de Kairwan (actualmente Túnez) y construyó la primera mezquita en el continente africano. Denominó al territorio Maghreb al Aqsa. Los bereberes aceptaron el Corán y co-lideraron con los árabes, a través de los almohades, la expansión islámica hacia el sur. Sin embargo, mantuvieron tenazmente su lengua y costumbres.
En el año 703, los bereberes apoyaron al segundo gran líder omeya en la región, Musa Ibn Nouasser, expandiendo el islamismo hacia el sur de España y áreas más sureñas de Marruecos. Aunque persistían enclaves cristianos, la mayoría huyó hacia la península ibérica.
Idris Ben Abdallah llegó a la zona en el año 788, descendiente del profeta Mohamed. Atravesó Egipto, luego Tánger y finalmente Volubilis, ya plenamente islamizada. Los jefes bereberes lo proclamaron rey, comprometiéndose a seguirlo.
Tras la muerte de su padre, Idris II fue coronado tempranamente a los 12 años. Fundó Fez, que en el 818 recibió a 8 mil familias árabes expulsadas por los cristianos españoles del Emirato de Córdoba. Siete años después, otras 2 mil familias llegaron desde Kairwan. El refinamiento y habilidad de los nuevos inmigrantes convirtieron a Fez en centro intelectual y espiritual del Islam.
Tras la muerte de Idris II, el sur de Marruecos fue dominado por los almorávides, nómades y desconocedores del cultivo. Durante un siglo impusieron el Islam a los pueblos negros del Sahara. Ibn Tachafine fundó Marrakech en el 1062 y gran parte de España pasó a ser parte del Imperio Almorávide.
El siglo XII es visto como de apogeo en la historia marroquí, coincidente con la emergencia de otra potencia, la Dinastía de los Almohades. Marrakech era liderada espiritualmente por Mohamed Ibn Toumart, fundador de la doctrina muwahhidin (unidad absoluta con Dios). Toumar, junto al estadista Iacoub Al Mansour, llevaron al país hacia un florecimiento espiritual, intelectual y económico.
Marruecos era uno de los polos hegemónicos de la región, debido a su posición cercana a España y bien situada para las rutas del comercio transahariano. El estrecho vínculo con España, culturalmente tan enriquecedor en la época del califato de Córdoba, tuvo en el período final de la Reconquista ibérica consecuencias graves para Marruecos: la guerra se trasladó al teatro africano y los españoles y portugueses ocuparon plazas fuertes en el litoral (Ceuta en 1415, Tánger en 1471, Melilla en 1497). El predominio naval europeo cerró el Mediterráneo y el Atlántico a los marroquíes, provocando el decaimiento de la actividad comercial.
A diferencia de Argelia y Túnez, Marruecos no fue formalmente incorporado al Imperio Otomano, pero se benefició con la presencia de los corsarios turcos en la región, que significaron un freno a la expansión luso-española. Ese equilibrio precario permitió a los sultanes mantener su independencia hasta el siglo XX. Acorde con su política de penetración económica, Francia había impuesto su supervisión sobre las finanzas del reino, mientras disputaba con los alemanes la hegemonía política en la región. Un acuerdo con España relativo a los límites del Sahara español y los acuerdos con el sultán Muley Hafid para que cesase su ayuda a los rebeldes saharianos (véase historia de Sahara), consolidaron las pretensiones francesas, en detrimento de las germanas. En 1912, un tratado franco-hispano-británico determinó la transformación del país en protectorado francés y su división: España recibió la región del Rif, al norte –donde están Ceuta y Melilla– y la de Ifni al sur, junto al Sahara. A cambio, los ingleses obtuvieron el acuerdo de los franceses con respecto a su política en Egipto y Sudán. La ciudad de Tánger fue declarada puerto libre internacional y el sultán se convirtió en una figura decorativa.
Las zonas bajo control español se transformaron en refugio de los nacionalistas desconformes con la dominación europea. En 1921, fue allí donde comenzó la sublevación berebere del emir Abdel Krim (Abd-al-Karim al-Khattab) que, recibiendo la solidaridad de la III Internacional y del Movimiento Panislámico, proclamó la República de las Tribus Confederadas del Rif, sublevó a las tribus del interior y colocó a los españoles a la defensiva. Los franceses intervinieron, con lo que la rebelión se amplió a todo el territorio, pero sólo en 1926 consiguieron la rendición del emir.
En la región sur, el dominio español siguió siendo apenas nominal, pese a la presión francesa para que terminase con el «santuario» donde encontraban refugio rebeldes argelinos, marroquíes, saharauis y mauritanos.
Durante la Segunda Guerra Mundial la agitación nacionalista fue constante y las exigencias de liberación se hicieron tan urgentes que el propio sultán Muhammad V se hizo portavoz de ellas. La tensión creciente llevó a que los franceses depusieran a Muhammad V, en 1953, pero esa medida sólo sirvió para radicalizar al movimiento nacionalista, que emprendió la lucha armada hasta que la presión popular logró su retorno al trono. En 1956, los franceses tuvieron que reconocer la independencia total de Marruecos.
El 7 de abril de 1956, Marruecos reintegró Tánger, Melilla y la «zona especial» de Ceuta a su territorio, pero los puertos de estas dos últimas ciudades siguen siendo hasta hoy plazas fuertes bajo soberanía española. El enclave de Ifni fue devuelto a Marruecos recién en 1969.
La intención de Muhammad V era «avanzar lentamente» hacia la modernización de las instituciones económicas y políticas del país. Pero su hijo Hassan II –quien lo sucedió tras su muerte– tenía ideas más conservadoras. Su régimen teocrático –la familia desciende de una de las ramas de la del profeta Mohammed–, y el sistema de poder basado en favores y obligaciones de estilo paternalista impedían la formación de un auténtico empresariado nacional. Al mismo tiempo, el rey alentaba las inversiones extranjeras, particularmente francesas, en la explotación de las principales riquezas del país.
Hassan II no vaciló en mandar matar en 1965 a Ben Barka, líder del poderoso partido opositor Unión Nacional de Fuerzas Populares (UNFP), que reclamaba la aplicación de un programa económico y social en favor de las mayorías obreras y campesinas.
La desaparición de Ben Barka en París fue seguida de una cruel represión a las organizaciones populares.
Las contradicciones de la sociedad marroquí se hicieron más agudas en 1975, cuando el rey Hassan ocupó el Sahara español –como se le llamaba entonces– e inició una guerra que provocó grandes cambios políticos en el norte de África.
El esfuerzo bélico y la caída del precio de los fosfatos en el mercado internacional, sumados a la pérdida de la ayuda millonaria de Arabia Saudita, en represalia por la decisión de Hassan II de apoyar los Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, provocaron el agravamiento de la crisis económica.
La sequía de 1980 y 1981 provocó escasez de alimentos y obligó al gobierno a importarlos, lo que llevó la deuda externa marroquí a límites intolerables. El FMI acudió en ayuda de la monarquía con préstamos de emergencia, que tuvieron como contrapartida la eliminación de los subsidios a la alimentación y a la vivienda. Esto volvió aún más difícil la vida de los trabajadores. Los ambiciosos planes de desarrollo económico entraron en crisis y la «exportación de desempleo» se vio limitada debido a las restricciones que Francia impuso al ingreso de inmigrantes.
La crisis se agudizó con la ruptura de la tregua por parte de algunos partidos opositores moderados. La Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) inició manifestaciones callejeras contra el gobierno, que reprimió sangrientamente las protestas en Casablanca, en junio de 1981. La masacre de Casablanca marcó la ruptura definitiva entre el rey y los partidos de izquierda, que no aceptaron seguir pagando el elevado precio de la guerra en el Sahara: más de un millón de dólares diarios.
Con el estancamiento de la guerra, surgieron señales de divisiones internas en el ejército a comienzos de 1983. La crisis militar se hizo pública con el asesinato del general Ahmed Dlimi, comandante supremo de las Fuerzas Armadas Reales.
En 1984, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), proclamada por los combatientes del Frente Polisario en el territorio del antiguo Sahara español, fue reconocida como miembro pleno de la Organización de Unidad Africana (OUA). Marruecos, en represalia, se retiró de la organización panafricana.
Como jerarca religioso, el rey marroquí comenzó a preocuparse por el surgimiento de corrientes islámicas integristas, en expansión en el mundo árabe.
En 1987 el monarca Hassan II sugirió al rey Juan Carlos, de España, que ambos gobiernos formaran un «grupo de reflexión» destinado a estudiar el destino de Ceuta y Melilla. Pero en España la propuesta no fue bien recibida, pues se insistía en el «carácter histórico» de la presencia hispánica en Ceuta y Melilla.
En mayo de 1988, después de 12 años de tensiones, Marruecos y Argelia restablecieron sus relaciones diplomáticas. El motivo de la ruptura de relaciones había sido la guerra en el Sahara, ya que Argelia apoyó desde el comienzo, en forma abierta, a los nacionalistas saharauis. El acercamiento argelino-marroquí permitió la construcción de un gasoducto que une ambas naciones a Europa a través del Estrecho de Gibraltar.
En Sahara Occidental, un plan para la paz de Naciones Unidas, anunciado en 1991, provocó el cese el fuego y planes para un referéndum por el cual los habitantes de la RASD debían optar por la independencia o la integración a Marruecos. El gobierno marroquí ha dado largas al proceso del plebiscito, confiando en la derrota definitiva del Frente Polisario. (Véase Sahara).
La práctica de torturas y desapariciones no se circunscribe a los ciudadanos saharauis, sino que también es común contra la población marroquí. Nubier Amau, secretario general de la Confederación Democrática del Trabajo, fue condenado a dos años de prisión acusado de difamar al régimen. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos denunció en febrero de 1993 la existencia de 750 presos políticos.
La oposición triunfó en los primeros comicios parlamentarios realizados tras la reforma de 1992, al obtener 99 escaños sobre 222, mientras que el oficialismo conquistó 74 bancas.
Pese a la reforma constitucional, el rey siguió determinando gran parte de la política del país y en mayo de 1994 designó primer ministro a un pariente político suyo, Abd al-Latif Filali.
El gobierno anunció, a principios de 1996, que sometería a referéndum un conjunto de propuestas para una reforma constitucional. Los cambios, que apuntaban en esencia a conformar un legislativo bicameral, fueron aprobados en setiembre. El rey mantuvo la facultad de disolución de las cámaras. La política de privatizaciones prosiguió ese año con la venta de algunas compañías.
En setiembre de 1997, Marruecos y el Frente Polisario alcanzaron un acuerdo para relanzar el plan de paz en Sahara Occidental, intercambiar prisioneros, liberar detenidos políticos, permitir el retorno de refugiados, acantonar tropas. Fue anunciada además la realización del permanentemente aplazado referéndum sobre el estatuto (independencia o integración a Marruecos) del territorio en disputa.
En febrero de 1998, el rey Hassan II designó como primer ministro al líder de la Unión Socialista de Fuerzas Populares, Abderrahmane El Youssoufi, y en marzo nombró al nuevo gabinete. El secretario general de la ONU propuso posponer el plebiscito en Sahara Occidental –inicialmente planteado para 1991 y aplazado cada vez que se acercaba la fecha de su realización– para una fecha indeterminada entre ese año y 2002.
La muerte de Hassan II en julio de 1999 y la asunción de su hijo, Muhammad VI como monarca trajeron enormes cambios políticos en el país. La primera medida del nuevo rey fue la liberación de alrededor de 800 presos políticos. En un mensaje televisado en agosto, el rey se comprometió a combatir la desigualdad social, la violencia doméstica, el desempleo y la emigración rural. El Frente Polisario saludó las primeras medidas del nuevo rey y su decisión de llevar adelante el referéndum de autodeterminación para Sahara Occidental. En noviembre Muhammad VI anunció su decisión de habilitar alguna forma de autogobierno para la zona ocupada.
Ese mismo mes, el monarca destituyó al ministro del Interior Driss Basri, que sirvió a los sucesivos gobiernos bajo el reinado de su padre durante casi dos décadas. En enero de 2000, para festejar el fin de Ramadán, Muhammad VI anunció la liberación de otros 2 mil prisioneros políticos como señal de buena voluntad. Las propuestas gubernamentales de reconocer mayores derechos a las mujeres provocaron manifestaciones a favor y en contra en marzo de 2000.
En mayo de 2003, atentados terroristas realizados en Casablanca dejaron 45 muertos. De acuerdo a fuentes del gobierno, los terroristas eran miembros de Sirat al-Mustaqim, parte del movimiento Salafiya-Jihadiya, pero la presunta responsabilidad de la red al-Qaeda no fue descartada. Debido a estos incidentes el parlamento marroquí impuso feroces leyes antiterroristas, que extienden la definición de terrorismo a cualquier disturbio del orden público.
En febrero de 2004 el Frente Polisario decidió, unilateralmente, la liberación de cien prisioneros de guerra marroquíes, como «gesto humanitario» y en favor de la paz. Con esta nueva liberación, se elevan a 1.743 los prisioneros liberados por el Polisario desde 2000.
El 24 de febrero de 2004 un terremoto de 6,5 grados en la escala Richter sacudió el noreste de Marruecos, localizándose el epicentro a unos 15 km. de la ciudad de Alhucemas. Con un saldo de más de 564 muertos y 300 heridos, este sismo es el peor registrado en el país desde el de 1960, que había destruido la ciudad de Agadir (suroeste) y dejado alrededor de 12 mil muertos.
En julio, se estableció el primer acuerdo comercial entre EEUU y Marruecos. El mismo eliminó más del 95% de los impuestos a productos de consumo y a materias primas industriales. Los granjeros estadounidenses esperarían ser parte de los más beneficiados por el acuerdo. Ese mismo mes, Marruecos había hospedado uno de los mayores ejercicios militares navales y aéreos de OTAN, y obtuvo el reconocimiento de EEUU en su aporte a la «Guerra contra el terror».
En octubre de 2004, Marruecos aceptó la repatriación de 73 subsaharianos que se encontraban en España. El rey de España, Juan Carlos, había llamado tres veces a Mohamed VI para pedirle «ayuda» con los asaltos masivos a los vallados fronterizos que separan Marruecos de Ceuta y Melilla. Entretanto, la organización Médicos Sin Fronteras señalaba que unos mil inmigrantes que eran trasladados hacia el sur marroquí necesitaban urgentemente agua, comida y cobijo. De todos modos, el gobierno marroquí no autorizó a la misión técnica de la Unión Europea a visitar su lado de la frontera con Ceuta y Melilla. Al mismo tiempo, el ministro de Comunicación y portavoz del Gobierno marroquí, Nabil Benabdalá, señaló que el país seguía contemplando «una muy amplia autonomía (del Sahara) en el marco de la soberanía marroquí y del respeto de la integridad territorial del Reino».
A partir de mayo de 2005 se produjo en el territorio ocupado de Sahara occidental un importante levantamiento popular, que los activistas locales definieron como su 'intifada' contra el gobierno marroquí. Las protestas fueron despiadadamente reprimidas –a los saharawis se les prohíbe izar su propia bandera o referirse al Frente Polisario– mientras activistas locales defensores de los derechos humanos fueron encarcelados y, en algunos casos, torturados. El Parlamento español envió delegaciones para investigar, a las que se les negó repetidamente el acceso.
En agosto de 2005 el Polisario liberó todos los prisioneros de guerra marroquíes que aún mantenía. Algunos de los 404 liberados habían pasado más de dos décadas detenidos en campos de refugiados saharawis en Argelia.
Un comisión para la verdad –la primera en el mundo árabe–, encargada de investigar los abusos a los derechos humanos durante el reinado de Hassan II, concluyó, en diciembre de 2005, tras dos años de investigaciones, que 592 personas fueron asesinadas por el régimen, entre 1956 y 1999.
El gobierno marroquí esperaba en 2006, que se duplicara la inversión extranjera en el país. Para apuntalar el crecimiento económico del 7% –que el país se impuso como meta–, se necesitaba un aumento en las inversiones mayor a los 4.200 millones de dólares esperados para ese año. Estas cifras de inversión eran 5 veces superiores al promedio anual de la década anterior.
En abril de 2006 Mohamed VI ordenó la liberación de 48 activistas saharauis, detenidos en 2005 por exigir la independencia de Sahara Occidental, pero, al mismo tiempo, rechazó la mediación de la ONU en el conflicto –en especial la propuesta del secretario general, Kofi Annan, de establecer un co-gobierno y llamar a un referéndum sobre la independencia en cinco años–.
En julio de 2007, con motivo de la celebración del octavo aniversario de su asunción, Mohamed VI pronunció un discurso en el que aseguró que el país estaba preparado para negociar sobre Sahara «pero únicamente sobre la autonomía, y nada más que la autonomía», en el marco de la «total, permanente e inalienable soberanía del Reino, de su incuestionable y cohesionada unidad nacional, y de su integridad territorial indivisa».