Reportes Especiales
La globalización y los infortunios del África subsahariana

Cuando los europeos comenzaron a internarse en busca de los centros productores de oro y marfil, a partir del siglo XIII, en el África subsahariana, redescubrieron la práctica de la esclavitud, que estaba entonces en desuso en la Europa Católica. Esta práctica, expandida en el África subsahariana desde tiempos pre-islámicos, había experimentado un incremento con el arribo del Islam, al punto de que en el mundo islámico se traficaron, entre los años 865 y 1905 d.C., unos 18 millones de africanos negros. A partir de este “redescubrimiento”, en la segunda mitad del siglo XV, los portugueses comenzaron a comerciar esclavos a través de la costa occidental del continente (llevando primero esclavos blancos y luego bereberes hacia el reino de Ghana).

Pero la institución de la esclavitud alcanzó un cambio de magnitud y de calidad que sería definitivo para toda el África subsahariana a partir de la primera globalización. En efecto, a partir de la conquista del territorio al que se denominó América y la consecuente circunnavegación del planeta, sucedió que el "África negra" se vio afectada por necesidades de puntos del planeta muy distantes de sí. La conquista de América, en primer término, cambió el estatus de la esclavitud, ya que los europeos consideraban que los nativos de aquel continente no eran “humanos en el sentido pleno”. Al comenzar a requerir España, a inicios del siglo XVI, de esclavos africanos para sustituir la mano de obra amerindia en su colonias, la “denegación de la humanidad” fue transferida, de los amerindios, a los esclavos, que desde esa fecha y, hasta 1867, fueron embarcados hacia el Nuevo Mundo en una cifra cercana a los 10 millones.

Pedacitos de continente

El desprecio de los europeos hacia “los salvajes africanos” llevó a que éstos casi no se internaran en el interior del continente hasta mediados del siglo XIX, cuando el tráfico de esclavos ya había disminuido notablemente y las potencias europeas, necesitadas de minerales y materias primas para alimentar su revolución industrial, se fueron repartiendo el continente hasta que, en 1884, la Conferencia de Berlín dividiera África en 48 nuevos estados. Para crear este puzzle no se respetaron las culturas nativas, ni las realidades geopolíticas; pueblos enteros fueron divididos y otros, heterogéneos entre sí y a menudo enemigos ancestrales, fueron juntados, a fin de cumplir con las necesidades del nuevo tiempo histórico europeo.

El caos y desolación en el que que ha venido experimentando el África subsahariana a partir de la “descolonización” iniciada luego de la Segunda Guerra Mundial es sin duda producto de aquella repartición irresponsable, pero también de una irresponsabilidad aún mayor: pretender que sociedades de pastores y cazadores puedan adecuarse a las necesidades dictadas por las culturas europeas, insertándose en la última globalización, esa que ya no necesita de colonias sino que alienta instituciones que favorezcan el desarrollo del cada vez más avasallante capitalismo.

Estados naciones

Los primeros estados-nación de la modernidad fueron los americanos, que alcanzaron esa condición a costa del constante genocidio, por parte de sus pobladores criollos (es decir, de origen europeo), de las poblaciones nativas que no se adaptaban a las exigencias del capitalismo. Incluso entre las élites criollas, este proceso exigió, tanto en la América “sajona” como en la “latina” constantes guerras intestinas y supranacionales.

De los países del África subsahariana se ha exigido el milagro de que completen en un período brevísimo la tarea imposible de conformarse en estados-nación. Carentes de una élite “europea”, como sí ocurriera en América, se han visto en la obligación de conformar estados a partir de sociedades heterogéneas, y de asumir las exigencias de un mundo interconectado que les reclama la conducta de ciudadanos modernos y “globalizados”. Paradójicamente, les toca funcionar en un tiempo histórico que, a nivel global, abomina del genocidio y es así que, en los últimos años, hemos asistido a manifestaciones de horror por parte de países como Estados Unidos, que edificó su riqueza territorial y material a partir del exterminio sistemático de sus nativos, y de países europeos que hicieron su bienestar a partir de la explotación de esclavos y riquezas naturales de África.

Se puede observar así que, más allá del despojo y explotación que Occidente infligiera al África subsahariana durante siglos, cuyo emblema más notorio ha sido el tráfico de esclavos -que no era novedad para el continente-, el mayor mal que le ha causado ha sido uno que parece no tener remedio: haber insertado a culturas de pastores, recolectores y cazadores, de buenas a primeras, en el tiempo histórico, cada vez más exigente, de Occidente.


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