Los diamantes de la guerra
La riqueza del subsuelo de algunos países de África
se ha convertido en la causa directa de la miseria de sus habitantes.
Así como la industria de diamantes ha beneficiado a países
como Botswana -cuya industria emplea al 10% de su población
y sus ganancias representan dos tercios de los ingresos gubernamentales-,
para otros ha significado una tragedia.
Los cientos de millones de dólares que surgen del comercio
ilícito de diamantes en algunos países africanos
van a parar a manos de la guerrilla y los ejércitos que
practican el fructuoso trueque de diamantes por armas.
En Angola, Sierra Leona y la República Democrática
del Congo, estas piedras preciosas se han convertido en la principal
fuente de financiación de los movimientos insurgentes que
controlan su tráfico generando muerte y destrucción,
ya que los beneficios de su comercialización se traducen
en la prolongación de los conflictos.
Tres países, tres ejemplos
Los continuos enfrentamientos entre tribus hutus y tutsis en
la República Democrática del Congo, junto con motivaciones
raciales y políticas, están alimentados por la riqueza
generada por los diamantes. Es por eso que países como
Angola, Namibia y Zimbabwe apoyan al gobierno congoleño
a cambio de derechos de explotación minera en zonas limítrofes,
y otros como Burundi, Rwanda y Uganda respaldan a los rebeldes
participando del tráfico ilegal de diamantes que los financia.
Después de la prolongada dictadura de Mobuto Sese Seko,
en 1997 triunfó la guerrilla encabezada por Laurent
Desiré Kabila, quien instauró la República
Democrática del Congo. Desde entonces, la guerra por el
poder ha sido sustituida por el control de riquezas del subsuelo
como petróleo, cobalto y diamantes. Este conflicto le costó
la vida a Kabila, asesinado el 16 de enero de 2001, poco después
de haber concedido la exclusividad de la comercialización
de diamantes a la sociedad israelí Idi Diamond, medida
revocada por su hijo Joseph, ni bien lo sucedió en la presidencia.
Cerca de medio millón de hombres y mujeres de la República
Democrática del Congo, un país de 48 millones de
habitantes, sobrevive participando directa e indirectamente del
contrabando de metales preciosos.
En Angola, desde hace casi 30 años, el movimiento opositor
Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA)
lucha contra el gobierno por el control de los recursos naturales
y la pervivencia de este conflicto lleva ya cobradas un millón
de víctimas fatales. Los 35 mil hombres armados de UNITA,
inicialmente financiados por Estados Unidos para combatir al gobierno
izquierdista de Luanda durante la Guerra Fría, actualmente
se mantienen gracias al tráfico de diamantes.
Pese a disponer de ricos y abundantes recursos naturales como
son los diamantes y el petróleo, Angola ocupa el puesto
160 del Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo (de un total de 174 países).
En este país, la prioridad es la guerra -el 86 % del
presupuesto nacional se destina a Defensa-, y las consecuencias
sobre la población son devastadoras: el 90% vive por debajo
de la línea de la pobreza, la tasa de mortalidad infantil
es del 29%, sólo el 31% de la población tiene acceso
al agua potable y los casi tres millones de desplazados internos
no tiene cubiertas necesidades básicas como alimentación,
salud o vivienda.
La de Sierra Leona es también una guerra por el control
de los campos de diamantes en el norte y el este del país,
territorio del rebelde Frente Revolucionario Unido (FRU), conocido
por su campaña sistemática de terror contra la población
civil y el uso habitual de niños soldados.
Desde el inicio de este conflicto en 1991, las fuerzas rebeldes
han matado, violado, mutilado y secuestrado a decenas de miles
de civiles desarmados, pero también las fuerzas aliadas
del gobierno y las de mantenimiento de paz de África Occidental
han cometido abusos contra los derechos humanos.
El tráfico ilegal de diamantes desde zonas de Sierra
Leona controladas por los rebeldes sirve para financiar ayuda
militar destinada al FRU, lo que le permite continuar con los
combates. Aunque las piedras de Sierra Leona sólo suponen
el 1% del volumen mundial, son especialmente apreciadas por su
calidad.
Intereses encontrados
En estos países, las elites promueven la corrupción
y la debilidad del estado, favoreciendo al auge de economías
en la sombra y tráficos ilícitos. El comercio ilegal
de diamantes alimenta a la guerra: con el dinero se compran armas,
se pagan mercenarios y se corrompen gobiernos, en tanto las consecuencias
las pagan las poblaciones con sufrimiento y pobreza sistemática.
La venta de diamantes ilegales se ve facilitada por los insuficientes
mecanismos de control y la falta de transparencia que existe en
su comercialización. Estas piedras no hacen saltar las
alarmas de los aeropuertos, los perros no las huelen, y se pueden
convertir rápidamente en efectivo.
Representantes de firmas importadoras y procesadoras de diamantes
de Amberes (ciudad belga que comercializa dos tercios de todos
los diamantes del mundo) adquieren en esos países africanos
sus paquetes de piedra en bruto y, con gran facilidad, los introducen
en Bélgica, Gran Bretaña y la India.
En los últimos años, la relación entre
explotación ilícita de piedras preciosas y conflictos
armados ha sido ampliamente debatida. El Comité Internacional
de la Cruz Roja, la organización no gubernamental (ONG)
Intermón Oxfam, y también Naciones Unidas,
han denunciado la situación y exigieron una regulación
de la explotación y comercio de los diamantes.
En julio de 2000 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas
impuso una prohibición sobre la importación ilegal
de diamantes de las zonas de Sierra Leona controladas por los
rebeldes, pero el FRU elude el embargo a través del tráfico
de armas que le ofrece Liberia, país que exportó
seis millones de quilates entre 1994 y 1998.
Intermón Oxfam, Global Witness, Médico International,
El Instituto de los Países Bajos para Sudáfrica
y la fundación Novib impulsan la campaña Fatal Transactions
(Negocios Fatales) cuya meta es convencer a la industria y el
consumidor a que opten por los diamantes libres de conflicto,
exigiendo para ello la implantación de un sistema internacional
de certificación para conocer el origen de las piedras.
Los gobiernos belga, israelí y ucraniano están siendo
presionados para que controlen más rigurosamente las transacciones
que tienen lugar en Amberes, Tel Aviv y Kiev.
A mediados de 2001 se llevó a cabo en Moscú una
reunión con el objetivo de poner en marcha un sistema internacional
de certificación de origen de los diamantes, que podría
significar el inicio del fin de las guerras de Angola, Sierra
Leona y el Congo. El encuentro (del que participaron representantes
de 34 gobiernos, de la Comisión Europea, de la industria
internacional del diamante, el Consejo Mundial del Diamante y
ONGs) se basó en el proceso de Kimberley, iniciado en 2000
por los gobiernos de Sudáfrica, Botswana y Namibia, que
impulsa la aplicación de un sistema internacional de certificación
de origen de los diamantes que permita acabar con la extracción
y comercialización de piedras que sirven para financiar
los conflictos africanos.
El Diamond High Council (HRD), organización que
representa a la industria del diamante en Bélgica, se ocupa
de revisar la importación, valoración y exportación
de diamantes. Sin embargo, fuera de su ámbito existe en
Amberes una masa de comerciantes, joyeros, intermediarios y fabricantes
de joyas que suman unos 4.000 establecimientos a través
de los cuales se trafican los diamantes. Este elevado número
de intermediarios involucrados a lo largo de todo el proceso comercial
dificulta el seguimiento de las piedras desde su extracción
hasta su destino final.
Una legislación internacional aplicada rigurosamente
permitiría controlar el comercio ilícito, pero los
intereses en juego son demasiados y muy pocos parecen dispuestos
a poner en riesgo un negocio que factura alrededor de US$ 50 mil
millones al año. (Aunque se sepa que el 10% de esa suma
sirve para financiar los conflictos armados africanos).
Sin embargo, en algunos sectores de la industria existe interés
en que no se negocie con los diamantes, por temor a que los consumidores
dejen de comprarlos si son relacionadas con las guerras africanas.
Es el caso del gigante De Beers, quien controla el 75% del comercio
mundial de diamantes y abastece a los principales mercados a través
de sus oficinas en todo el mundo.
Fruto de la presión internacional, De Beer adoptó
algunas medidas con el fin de garantizar que los diamantes que
adquiere no provengan de países en guerra. En 2000, la
empresa clausuró sus oficinas de compra en la República
Democrática del Congo y Guinea y, desde entonces, exige
a sus clientes el compromiso de no adquirir diamantes de origen
dudoso.
Esta empresa sudafricana intenta aumentar su participación
en el mercado mundial al presentarse como el productor más
creíble cuando se trata de rechazar los diamantes de conflicto
y evitar así, según explicó su presidente,
Nicky Oppenhaimer, que el lema “un diamante es para
siempre” quede sustituido por “los diamantes son para
la guerra”.
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