Los orígenes de la cultura yoruba
En la región forestal de la franja costera que se extiende
entre el Volta y Camerún se asentaron alrededor del siglo
V de nuestra era comunidades rurales que dominaban la técnica
del hierro y organizaron una economía agrícola y
formas de vida avanzadas y estables. Entre las más importantes
estaban las comunidades yoruba, cuyo grupo central, localizado
en las regiones de Ife, Ilesha y Ekiti, parece ser el establecimiento
más antiguo.
Un movimiento de dispersión protagonizado por los grupos
que impusieron su supremacía económica, política
y cultural sobre los territorios ocupados por comunidades más
débiles condujo, probablemente en el siglo XIII (d.C.),
a la formación de los reinos yoruba. Debe resaltarse
que la noción de "reino" asociada a las sociedades
africanas de tipo tradicional dista de la acepción occidental
con que se designa, por ejemplo, al "reino de Luis XIV".
Reinos o estados
Los reinos yoruba, constituidos en los territorios habitados
por las comunidades de esa etnia -al sur de la actual Nigeria-,
deben a ello su homogeneidad lingüística y cultural
y el reconocimiento de sus antepasados fundadores. El esplendor
alcanzado por dos de los reinos, Ife y Oyo, se extendió
a las tradiciones de los demás reinos y nubló sus
propios orígenes.
Hay una cosmogonía basada en el mito de Ife que ubica
en la ciudad de Ile-Ife la creación de la Tierra y otra
que se levanta sobre el mito de Oyo y atribuye a una migración
proveniente del este los orígenes yoruba. Lo cierto es
que la vida de estos reinos promovió la difusión
de instituciones y prácticas entre sus poblaciones y que
la ejecución satisfactoria de complejas funciones -agricultura
extensiva, comercio de largas distancias, sistemas de tributación,
expansión militar, políticas ciudadanas- fue posible
por la existencia de estados bien provistos y debidamente organizados.
Aunque cada rey aspiraba a dejar a su sucesor un reino más
extenso, una política tolerante favorecía un clima
de intercambio del cual salían culturalmente enriquecidas
las comunidades vencedoras y las asimiladas. Dicho intercambio
explica, finalmente, la heterogeneidad que se aprecia en la civilización
yoruba. Una cultura cuya unidad se realiza a través de
la diferencia.
Vida económica
Los estados yoruba tenían por lo general dimensiones
modestas. A veces abarcaban una sola ciudad y sus aldeas vecinas.
Es una excepción el reino de Oyo, que se extendió
a vastos territorios y adquirió status imperial en el siglo
XVII. Lo común era una población agrupada en asentamientos
compactos en torno a la casa de los reyes y mayores en un área
rodeada por una muralla que fijaba sus límites. Tenían
recursos provenientes de la agricultura, de cierta actividad extractiva
y de la artesanía. Concurrían a mercados locales
organizados en días alternos para contrarrestar la competencia
entre mercados vecinos. Pero artículos de lujo (oro que
fluía a las cortes en forma de tributo, marfil, piezas
artísticas, nueces, y otros) eran el objeto principal de
un comercio de largas distancias, establecido, por ejemplo, con
los estados haussa, de las zonas orientales, cuyos beneficiarios
directos eran los estratos más ricos -los reyes y sus cortes,
funcionarios, comerciantes y profesionales-. En las comunidades
más desarrolladas había esclavos -a causa de crímenes
y deudas- que trabajaban como servidores domésticos o como
peones agrícolas en las tierras comunales.
Entre los yoruba de las sociedades tradicionales no se practicó
el comercio de esclavos. Sin embargo, la historiografía
da cuenta de la existencia de un comercio de esclavos que probablemente
se inició en el siglo XV bajo el gobierno de los reyes
de Benín en los tiempos en que este reino había
devenido un estado poderoso y expansionista.
A partir del siglo XVI la trata de esclavos originó una
migración forzosa hacia las Américas de las poblaciones
africanas y de sus culturas. Un complejo de formas de pensamiento
y de civilización de origen yoruba se desarrolló
en Brasil, en Cuba y en otros pueblos de las Antillas.
La cosmovisión
Un antiguo mito, que revela cómo se transponen al tiempo
mítico las determinaciones del tiempo histórico,
supone que de Ife, ciudad sagrada, se dispersaron los nietos de
Oduduwa -fundador legendario- y que sus nombres dieron a su vez
nombre y origen a la primera generación de estados yoruba:
Owu, Ketu, Benín, Illa, Sabe, Popo y Oyo.
La cosmogonía yoruba se basa en la idea de una entidad
superior, integrada por tres divinidades, Olofi, Oloddumare y
Olorun. La primera de ellas creó el mundo, que inicialmente
sólo estaba poblado por santos (orixás).
Posteriormente repartió su poder (aché) entre
los orixás, que en adelante son los encargados de intervenir
en los asuntos humanos y de abogar por los hombres ante Olofi
gracias a la mediación del juez supremo o mensajero principal,
Obbatalá.
Como en la mayoría de las lenguas del Africa Negra,
"el poder" se expresa entre los yoruba mediante una
palabra -aché-que significa "la fuerza", no en
el sentido de violencia sino en el de energía vital que
engendra una polivalencia de fuerzas y determina desde la integridad
física y moral hasta la suerte.
En todas las creaciones culturales del conjunto de sus pueblos
está contenida la cosmovisión yoruba. Propia de
sociedades donde toda acción es realizada, interpretada
y vivida como parte de un todo ontológico orgánico
-y no precisamente religioso-, esta cosmología encierra
la idea de que el orden de las fuerzas cósmicas puede ser
perturbado por acciones inmorales cuyo efecto es desequilibrante
y perjudicial para la humanidad, para la naturaleza y para sus
autores.
La unidad entre naturaleza y ética constituye en estas
culturas una determinación cósmica y consiguientemente
un principio para el ejercicio del poder, una condición
de su aplicación benéfica. Los cuentos tradicionales
de la cultura yoruba entrañan generalmente el castigo para
los gobernantes despóticos y para los irreverentes con
las fuerzas de la naturaleza.
Vida comunitaria
La noción de fuerza está presente además
en el ideal que anima la vida de la comunidad y asimismo, la de
cada uno de sus individuos: "Defenderse de toda disminución
de su ser, acrecentar su salud, su forma física, la dimensión
de sus campos, la magnitud de sus rebaños, el número
de sus hijos, de sus mujeres, de sus aldeas" (Ki-Zerbo,
1979).
La comunidad tenía mucho valor en las culturas tradicionales
yoruba. Determinaba su concepción de la historia -identificada
con la vida del grupo en continuo cambio- y del tiempo -concebido
como el tiempo social, vivido por el grupo, que trasciende el
tiempo de la persona y que es, a la vez, la dimensión donde
el hombre puede y debe entablar incesantemente su lucha contra
la decadencia y por el enriquecimiento de su energía vital.
Los yoruba pensaban que a lo largo de la historia vivida por
el grupo se acumulaba un aché que se encarnaba en objetos.
En calidad de atributos de los orixás, estos objetos se
trasmitían desde los ancestros a las comunidades sucesivas
a través de sus patriarcas o reyes, intermediarios entre
el mundo trascendental y el mundo visible.
Aunque estaban encabezadas por reyes, las comunidades eran
dirigidas por consejos de gobierno en los cuales entraban hombres
de diversa condición y donde los ancianos gozaban de una
dignidad merecida. Las yoruba, como la mayoría de las comunidades
tradicionales africanas, eran sociedades de opinión pública,
en las cuales la conducta de las autoridades era vigilada, espiada,
y las violaciones de los principios que regían la vida
comunitaria se denunciaban siempre mediante críticas y
rumores verbales persistentes, tan agobiantes que, a la larga,
su autor se encontraba en la obligación de explicarse o
dimitir.
No debe olvidarse el lugar de las mujeres, cuya autoridad era
manifiesta en los límites de la comunidad.
La religión
La religión de las sociedades yorubas tradicionales
se caracteriza por el culto a un dios superior y a un conjunto
de divinidades intermedias, cuya intervención y voluntad
rige la vida humana. Los orixás fueron ancestros
que en vida acumularon un poder y un saber sobre las fuerzas naturales
y humanas en virtud del cual transitaron un día de la condición
de hombres a la de dioses. Cada uno personifica ciertas fuerzas
de la naturaleza y se asocia a un culto que obliga a los creyentes
a ofrecer alimentos, sacrificios y oraciones para aplacar sus
iras y atraerse sus favores.
La religión yoruba está ligada a la noción
de familia en el sentido de que cada culto engendra una hermandad
religiosa que se deriva justamente del orixá o antepasado
común, la cual abarca a los vivos y a los muertos y supera
los vínculos de sangre.
Los dioses yoruba recuerdan a los del panteón helénico.
Pero aquéllos, en la liturgia, se posesionan de los fieles.
En estado de posesión, el dios baila con sus adoradores
en complaciente camaradería y a veces habla, adivina, aconseja
y profetiza. Entre los más conocidos orixás se cuentan
Eleggua -el dios que abre el camino y que en las casas de África
se coloca detrás de las puertas-; Oggún -inventor
de la fragua, dios de los minerales y las montañas-; Oxosi
-dios de la caza-; Xangó -el Marte de los yoruba, dios
del fuego y de la guerra-; Oxún -la diosa del agua dulce,
del amor y de toda dulzura-; Iemanyá -la reina del mar-.
El arte yoruba
El arte de las comunidades yoruba más antiguas se distinguió
por sus creaciones escultóricas, alfareras y ceramistas.
Sobresalen los bajorrelieves, las tallas en madera, y las máscaras
y cabezas humanas creadas con la técnica del "moldeado
a la cera perdida", celosamente conservada como herencia
divina.
Sin embargo, el lugar preponderante en el arte yoruba lo tiene
la música. Aunque como forma de arte tiene una significación
autónoma y profana, la música está indisolublemente
unida a los cultos religiosos y a la liturgia yoruba.
Lo más característico es el predominio de los
tambores y especialmente la presencia de los tambores batá
(familia), una creación exclusiva del pueblo yoruba. Es
una orquesta de tres tambores -Iyá (madre), Itótele
y Okóngolo- percutidos a la vez por tres tamboreros.
Para los yoruba "los batás hablan lengua" y cada
uno de sus toques -sagrados (toques de batá) o no (toques
de bembé)- se inspiran en leyendas atribuidas a
los orixás.
A la música de los batá se unen coros y danzas
litúrgicas. Los coros secundan a los tambores y las danzas
son ejecutadas por bailadores que imitan las fuerzas naturales
y los poderes atribuidos a los orixás.
La integridad sonora y sinfónica de los batá
(sonoridad vegetal, por la madera de los tambores; animal, por
los cueros con que se sujetan y afinan; mineral, por el conjunto
de cascabeles y campanillas), unida a las voces humanas, obedece
a un criterio mágico por medio del cual los yoruba evocaban
la integridad de las potencias cósmicas.
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