Pobreza y calidad democrática Esta situación se podría verificar en la evolución
de su defensa, que pasó de ser el "gobierno del pueblo
por el pueblo y para el pueblo" que proclamara el presidente
estadounidense Abraham Lincoln en el siglo XIX, al "menos
malos de los regímenes", como reiterara un siglo más
tarde Winston Churchill. El vigor convocatorio de una de las variantes de democracia, la electoral, es apreciable en la historia reciente: si en el año 1900, cuando predominaban monarquías e imperios, no existían los estados que pudieran ser juzgados democracias electorales por el estándar de sufragio universal -mediante elecciones multipartidarias- para el fin de ese siglo 120 de los 189 países que integran Naciones Unidas se definieron formalmente como democracias electorales. Este proceso experimentó una notable aceleración en el último cuarto de siglo: los países con alguna forma de gobierno democrático, que eran el 28% en 1962, llegaron al 62% en 2000. Desaparecidas o "contenidas" las principales alternativas a la democracia sufragista del siglo XX (comunismo, fascismo y nazismo), el cambio de milenio llevó a que el 58% de la población mundial viva bajo regímenes que, al menos a nivel formal, se proclaman democracias electorales. Sin embargo, el modelo triunfante ha tenido un magro desempeño en cuanto al alivio de la pobreza o a garantizar derechos y recursos tanto dentro de los países que se encontraban entre los "no alineados" como entre aquellos que abrazaron la democracia electoral tras la caída del bloque socialista. El 32% de la población en los países del Sur vive con menos de un dólar diario, y a nivel mundial las personas que subsisten con esa cifra aumentó, de 1.200 millones en 1987 a 1.500 millones en la actualidad: si la tendencia persiste, esta cifra alcanzará los 1.900 millones para el año 2015. Durante la década de 1990, el número de pobres en la ex Unión Soviética y Europa Oriental aumentó en 150 millones, superando entonces el total de las poblaciones de países europeos -todos con alto grado de desarrollo humano- como el Reino Unido, Holanda, Francia, Dinamarca, Noruega y Suecia. Esta situación ha llevado a que en muchas partes se perciba que existe un vínculo directo entre la transición a la democracia y el aumento de la pobreza. Por otra parte, el aumento de la pobreza también se ha dado en la más antigua de las democracias modernas, la de Estados Unidos, donde aproximadamente el 15% de la población vive en condiciones paupérrimas y donde la pobreza infantil avanzó, de 15% en 1970 a 22% en 1993. Dentro de este contexto es imprescindible señalar que, a escala mundial, la desigualdad en el ingreso ha respondido de forma casi simétrica a la imposición de democracias electorales. Así, durante los últimos dos siglos, la brecha entre los más ricos y los más pobres se ha multiplicado abrumadoramente. Si la relación era de 3 a 1 en 1820, de 7 a 1 en 1870, y de 11 a 1 en 1913, la progresión se disparó violentamente en pocas décadas, llegando a 35 a 1 en 1950, subiendo a 44 a 1 en 1973 y pegando otro notable salto y llegando a 72 a 1 en 1992. Es imposible no observar que, en el último período, en el que más países asumen la democracia electoral, más estalla la brecha entre ricos y pobres. Calidad democrática Si bien no es posible encontrar una ley de concomitancia entre
la generalización de las democracias electorales y la de
la pobreza y la desigualdad económica, sí, sin embargo,
ha sido imprescindible cuestionar la relación entre ambos
términos y, en los últimos años, la pregunta
"¿cuánta pobreza puede tolerar la democracia?"
se ha vuelto leit motiv del análisis político.
Se ha sostenido repetidamente que el fracaso que, en varias regiones,
ha experimentado el sistema democrático-electoral para
mejorar el bienestar de las poblaciones se debe a que, en gran
medida, se trataría de sistemas de gobiernos sin vocación
democrática "real". Dicho de otro modo, se trataría
de "democracias falladas", que terminan siendo fallidas
porque no atienden los verdaderos principios de la democracia,
es decir, el bienestar de sus pueblos. Estos principios serían
la representación política, elecciones verdaderamente
libres, derechos igualitarios, libertades individuales, responsabilidad
y resolución pacífica de los conflictos y, por sobre
todo, la protección de los derechos humanos, que debería
estar en su corazón: por ella, los ciudadanos estarían
en condiciones de vivir sin temor y en paz. Sólo atendiendo
estos principios, se entiende, se crearía una atmósfera
democrática en la cual cada individuo pueda participar
tanto de su propio destino como del de la sociedad y aspirar a
una parte justa del progreso económico y social. En buena medida, la extendida pero fallida imposición
de sistemas democráticos (de acuerdo a lo expuesto más
arriba, sistemas superficiales pero no intrínsecamente
democráticos) ha llevado a que, últimamente, se
desarrollara la variable "calidad democrática",
que mide la distancia entre el ideal de buen gobierno y gobierno
real. Se estima que una buena democracia es aquella que ofrece
parámetros estables a sus ciudadanos en lo que hace al
orden político, económico y social, que incorpora
de manera creciente en lo político y social a sus ciudadanos
y que, en toda la extensión del territorio nacional, garantiza
a sus ciudadanos la protección de la ley democrática.
Pobreza y calidad democrática Según IDEA, es imprescindible una aproximación que no sólo busque poner la reducción de la pobreza y el logro democrático al tope de la agenda internacional sino que los integre como elementos gemelos en un programa de acción. Dentro de este enfoque combinado, habría mejores posibilidades de alcanzar metas que redundarían en logros como la paz, el desarrollo, la estabilidad y el crecimiento económico. De todos modos, IDEA especifica que, para alcanzar estos logros, la democracia no es una garantía aunque sí puede ser considerada una precondición que coadyuvaría a que, a largo plazo, estos objetivos puedan ser alcanzados. Al respecto, es conveniente realizar un par de precisiones más. En muchos casos, sobre todo por parte de las instituciones prestatarias y aquellas de ayuda, se suele confundir a la democracia con un fin en sí mismo. La democracia no lo es: desde sus orígenes ha sido considerada un medio, en primera instancia, para que la soberanía resida efectivamente en el pueblo y que, por este medio, cada ciudadano pueda ver que derechos, aspiraciones y dignidad respetados. Se podría decir, y se ha dicho más de una vez, que la pobreza es el mayor enemigo de la democracia; de todas formas, es menos arriesgado señalar que, si las democracias siguen sin atacar el problema de la pobreza (que, como se veía, no sólo afecta a los países económicamente pobres), están dejando de cumplir con su responsabilidad más básica, que es la de proteger la dignidad humana. |