Viva ahora, pague después Dante, en su Divina Comedia, había puesto a los usureros en el mismo círculo que los violentos, o practicantes de vicios contra natura. Al hacerlo, ese autor responde a prohibiciones que, en buena medida, tienen una raíz ecológica (es decir, en la economía de la naturaleza). A su vez toda interdicción responde a una práctica preexistente; la reiteración de la condena a la usura (véase cuadro "Dioses y usura") subraya la tenacidad de la práctica, que ha sobrevivido milenios. Se puede entender que la usura ha sido un tabú sistemáticamente violado que, a partir de la reforma protestante, y especialmente la "aceptación con reservas" que recibió de Juan Calvino en el siglo XVI, conquistó gran parte del mundo. Esta conquista explotó como avasallante imperio de las finanzas y devino una praxis que, en la actualidad, además de alinear a los países del Sur como deudores y a los del Norte como acreedores, alimenta la brecha entre pobres y ricos, acelerando las crisis de pagos que provocan sismos económicos en todo el planeta. Tabú Usura y caos Varias razones se han esgrimido para sostener la condena. Acaso la primera objeción de la Iglesia Cristiana fue que se trataba de un ingreso no ganado legítimamente (según la Biblia el pan se debe ganar "con el sudor de la frente"), lo que derivó en la "Doctrina del precio justo", expresada en 1515 en el Concilio de Letrán: se trata de un uso o ganancia obtenido sin trabajo, es decir no fructífero en sí, y a expensas o riesgos del prestamista. En el Medioevo, se establecía que era "vender una hogaza de pan y luego realizar un sobrecargo por su uso" o, como señalara Santo Tomás, "vender una misma cosa dos veces". En la misma línea de razonamiento, un biógrafo hizo decir a John Maynard Keynes -uno de los economistas clave del siglo XX-, que el "amor por el dinero" como fin y no como medio estaba "en la base de todos los problemas económicos del mundo". La usura, en este sentido, sería lo que marca la distinción entre el dinero como mecanismo abstracto para negociar oferta y demanda, y el dinero como fin es sí mismo. La explotación que hace de los más necesitados
fue condenada por varias religiones (tanto las abrahámicas
como indias) y es todavía apreciable en esta exégesis
jainita (véase el cuadro "Dioses y usura") del
siglo XX, que recuerda que los pobres viven para el pago del interés
y no del disfrute del bien por el que solicitaron el préstamo:
"es la usura -esa despiadada, esa extorsionista- la que come
la médula de los huesos de los campesinos y los condena
a una vida de penurias y esclavitud". En su Sollicitude Rei
Socialis (1989) el papa Juan Pablo II señaló
que "el capital necesitado por las naciones deudoras para
mejor su estándar de vida termina siendo usado para pagar
los intereses de sus deudas". Por otra parte, economistas
contemporáneos han considerado que la pérdida en
utilidad que padecen los pobres al pagar las utilidades es mucho
más grande, incluso, que la ganancia de los ricos. Cada
unidad de interés pagado aumenta la pérdida de utilidad
marginal, lo que hace que, al operar, reduzca la utilidad en la
economía (esto implicaría que, quienes la justifiquen
como eficiente instrumento económico deban demostrar -cosa
que no han hecho- que la usura funciona para aumentar la utilidad).
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