La encrucijada del carbono En 1997, los gobiernos de los países industrializados se comprometieron a reducir las emisiones de gases invernadero en el Protocolo de Kioto de la Convención sobre Cambio Climático. Pero, simultáneamente, inventaron el denominado Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) a fin de evitar cumplir esos compromisos. La idea del "mercado de emisiones de carbono" es sencilla: tú emites CO2, nosotros lo almacenamos y te cobramos por el servicio. ¿Cómo lo almacenamos? Muy sencillo: mediante la plantación de árboles. Pero acá comienza a complicarse el panorama. Clima y dióxido de carbono La habitabilidad del planeta depende de que los niveles de dióxido de carbono no disminuyan ni aumenten en demasía. Sin la presencia de CO2 y otros gases, que permiten que el calor quede atrapado cerca de la superficie de la Tierra, su temperatura media bajaría a -6ºC. Si aumenta la medida de CO2, el agua de los océanos entrará en ebullición. A los actuales niveles, la superficie terrestre permanece a una temperatura media adecuada de 15ºC. El mundo se está calentando En pocas palabras, el aumento de los niveles de carbono atmosférico no puede continuar. Un incremento de tan sólo 200.000 millones de toneladas determinaría un aumento de 2 a 3 °C en la temperatura global, lo que significaría una ola de calor sin precedentes en la historia de la humanidad. Hay todavía más de 4.000 millones de toneladas de carbono bajo forma de combustibles fósiles a la espera de ser extraídos y quemados, de los cuales las 3/4 partes se encuentran bajo la forma de carbón. Todo parece indicar que la mayor parte de este material debe ser dejado bajo tierra. ¿Dos soluciones posibles? Lo que ha venido ocurriendo durante los últimos años
deja poco margen para negar que el calentamiento global
ha aumentado. Frente a la crisis hay sólo dos salidas posibles: El primer planteo se fundamenta en sólidos conocimientos científicos. Miles de años de experiencia han demostrado la efectividad de mantener los hidrocarburos bajo tierra como forma de lograr que los niveles de CO2 atmosférico permanezcan estables. Hay consenso dentro de la comunidad científica: basta con que la concentración de CO2 aumente al doble de la existente antes de la época industrial -280 partes por millón- para que se provoquen peligrosas modificaciones en el clima mundial. Asegurarse de que el volumen de CO2 no se duplicará implica disminuir las emisiones por lo menos un 60% respecto a las registradas en 1990. Lo que se requiere no es una nueva y sofisticada tecnología, sino un fuerte movimiento político que impulse las iniciativas ya existentes. Por el contrario, el segundo planteo se basa en fundamentos
científicos que con nulo consenso. Nadie está seguro
siquiera de cuáles son los actuales sumideros de carbono
en la Tierra, ni sobre cómo funcionan. Por ejemplo, actualmente
no hay consenso entre los científicos acerca de cuánto
carbono está siendo tomado y emitido por los bosques templados,
e incluso sobre cómo llegar a saberlo. Pretender crear
sumideros nuevos, grandes, seguros y merecedores de cierto grado
de confianza, resultaría una tarea mucho más ardua
que tratar de resolver esos rompecabezas. Más difícil
aún resultaría cuantificar la efectividad de cada
uno de estos sumideros de carbono como compensador de determinada
cantidad de emisiones industriales. En comparación, la técnica más conocida, consistente en la utilización de plantaciones forestales convencionales para "fijar" emisiones de carbono, puede parecer sencilla y poco problemática. Sin embargo, de momento nadie tiene idea de cómo establecer una "equivalencia" significativa y confiable entre el carbono secuestrado en forma permanente en depósitos de combustible fósil, el CO2 transitorio en la atmósfera, y el carbono secuestrado temporalmente como resultado de cualquier tipo de plantación de árboles o de programas nacionales de forestación. De momento al menos, es imposible predecir con la necesaria
certidumbre cuánto carbono podría remover de la
atmósfera un proyecto de plantaciones, ni por cuánto
tiempo. A diferencia del caso del petróleo o del carbón
que están bajo tierra, o de los carbonatos del fondo del
mar, en el caso de las plantaciones el carbono almacenado -ya
en los árboles vivos o muertos, ya en los horizontes superficiales
del suelo- es "frágil". Vale decir, que puede
rápidamente reingresar a la atmósfera en cualquier
momento. Al fin de cuentas: ¿de quién es la atmósfera? Los defensores de la creación de un mercado de "deducción" del carbono - un Mercado de Carbono global - parten de la base de que la batalla ya ha sido ganada. Pero ese no es aún el caso. No es posible, como al influjo de una varita mágica, convertir la atmósfera - o el derecho a utilizarla para botar dióxido de carbono - en una propiedad privada. No es posible, agitando nuevamente la varita, conceder a los ricos el poder para seguir contaminando la atmósfera a condición de que se apoderen de vastas superficies de la Tierra, ocupándolas con plantaciones forestales y provocando su degradación. Los promotores de la idea - empresas petroleras, forestadoras, fabricantes de automóviles, banca multilateral, funcionarios de países del Norte, algunas ONGs - tendrán muchos obstáculos que sortear en el camino. Entre ellos el sentido común, la ciencia y - por lejos el más grande de todos -los pueblos cuyas vidas y medios de supervivencia están amenazados por estas prácticas. Contracción y convergencia Al igual que el fenómeno del cercado de las tierras a inicios de la Europa moderna, la iniciativa de las plantaciones "compensatorias" de carbono es, esencialmente, un paso para extender y consolidar la desigualdad. El movimiento crítico frente al crecimiento del Mercado de Carbono global plantea una solución alternativa, respaldada científicamente y basada en el principio de que todos tenemos iguales derechos en cuanto al uso de la atmósfera. Se trata del principio de "contracción y convergencia", según el cual los países deberán negociar (y, de ser necesario, renegociar permanentemente) un máximo admisible de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, acorde con las variaciones de las estimaciones científicas respecto del nivel de riesgo. A partir de ahí, acordarían progresivas disminuciones de las emisiones para alcanzar esa meta, a la vez que los niveles de emisión de los ricos y los pobres se irían gradualmente igualando. En lugar de consagrar y expandir las desigualdades en el uso
de los recursos, ocultando las patologías del actual patrón
de explotación de combustibles fósiles -tal como
propone la "compensación" por medio de las plantaciones
a gran escala- el principio de contracción y convergencia
implicaría abordar directamente las causas de fondo de
la crisis del clima. En último término, esto equivale
a afirmar que un clima vivible puede alcanzarse, no mediante más
monocultivos forestales o más automóviles, sino
solamente a través de un compromiso con la igualdad. (**) Por depósito se entiende uno o más componentes del sistema climático en que está almacenado un gas de efecto invernadero; por sumidero se entiende cualquier proceso, actividad o mecanismo que absorbe un gas de efecto invernadero.
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